
Pasados ya algunos días del pavoroso incendio que nos tuvo, como nunca antes, en vilo y atentos a las necesidades de la comunidad, quisiéramos poder compartir con Uds. algunas consideraciones.
El siniestro, originado con la quema de una pocas hojas y ramas producto de poda domiciliaria en Ascochinga, arrasó con casi 90.000 hectáreas. En estas circunstancias se conjugaron dos factores.
En primer lugar, el clima propio de esta zona en esta época del año, agravado por un aumento en el periodo de sequía y en la temperatura, que en promedio creció 3ºC en los últimos tres años (datos suministrados por " la Tramontana" ). Esta situación no es exclusiva de nuestra geografía: lo mismo está ocurriendo en tantos otros lugares del planeta.
Y en segundo lugar, la falta de conducta humana, ya que habiendo disposiciones que prohíben el encendido de fuego, estos se repiten en algunos casos por descuido y en otros intencionalmente.
La labor de los bomberos (casi 500 incluidos los voluntarios), 4 aviones hidrantes y dos helicópteros hasta el día jueves resultaba vana frente a las características del fenómeno. Si los vientos hubieran girado hacia el sur, hoy estaríamos hablando de otro escenario, ya que el fuego llegó hasta 4 km al norte de Capilla, habiendo recorrido 12 hs. antes más de 30 km en la dirección opuesta, arrasando con todo lo que tuvo por delante.
Afortunadamente, fue la propia naturaleza la que contuvo y finalmente sofocó el incendio, con una nevada que fue como una verdadera bendición. Ella apagó los últimos focos de incendio que quedaban, poniendo a salvo a todo el valle de Punilla, y trayendo a todos sus pobladores el tan esperado alivio.
La imagen a la izquierda muestra a Casablanca, cubierta por la nieve aquella mañana después del incendio. Más allá del alivio por el fuego que ya estaba apagado, nos emocionó la belleza del blanco cubriendo casas, árboles, autos, y regalándonos un paisaje tan hermoso y distinto al que estamos acostumbrados a ver.